Xa sólo tiene 14 años, pero durante años creía saber lo que le deparaba su futuro: el matrimonio precoz.
Sus dos abuelas se casaron a los 15 años.Su madre se casó a los 17.
Xa vive en una aldea del centro-norte de Vietnam y pertenece al pueblo Vân Kiều. En su cultura, las mujeres son el sostén de la familia, y a edades tempranas, las niñas suelen seguir a sus madres al campo para trabajar de la mañana a la noche.Una vez, su madre incluso tuvo que ir al bosque a cortar un árbol para su trabajo, a pesar de que estaba embarazada y de que iba a dar a luz muy pronto.
Aquí, los matrimonios concertados siguen siendo frecuentes, y la mayoría de las niñas, si tienen la oportunidad de ir a la escuela, la abandonan pronto. Al llegar a la adolescencia, muchas se casan, tienen hijos y empiezan a ganarse la vida.
Siempre ha sido así. El matrimonio en la adolescencia parecía inevitable para Xa. Pero el cambio estaba llegando.
La familia de Xa está compuesta por ocho personas, sus padres, sus 5 hermanos y ella. Ella ha crecido viendo a su madre cuidar de su padre. Su rutina es trabajar por la mañana, y luego pasar de una a cuatro horas bebiendo con otros hombres por la tarde.
«Al volver a casa, se ponía muy violento y nos pegaba a mi madre y a mí», dice. «Tenía mucho miedo de caer en el mismo destino que mi madre: casarme a una edad temprana y encontrarme con un marido borracho y maltratador».
Pero Xa tenía sueños. Quería ir a la escuela y aprender, así que todos los días caminaba 10 kilómetros de ida y vuelta por un camino de tierra para conseguirlo. Pero un día, su madre se rompió una pierna y no podía caminar, así que tampoco podía trabajar. Xa se preocupó por su propio futuro.
«Me pregunté cómo podríamos sobrevivir «, dice Xa.«¿Me tocará pronto dejar la escuela y ayudar a la familia? ¿Cómo pagaremos los gastos médicos, cuándo nuestros ingresos en un día normal apenas alcanzan para comprar alimentos básicos? Tantas preguntas pasaron por mi mente. Me pesaba el corazón».
Los peores temores de Xa no tardaron en hacerse realidad. Después de no tener nada que comer durante varios días, su padre le dijo que tenía que dejar la escuela para ayudar a la familia.
Pero no tuvo elección. Dejó la escuela y empezó a trabajar en el campo.
«Me sentía miserable todos los días», dice. «Echaba de menos ir a la escuela, hacer los deberes, trabajar duro para sacar buenas notas. Lloraba con mi hermana por teléfono cada vez que hablábamos».
Su hermana, seis años mayor que ella, se había casado a los 19 años y trabajaba en una fábrica. También luchaba por mantener a su familia. Pero su hermana sabía algo que podría ayudar: le sugirió a su hermana pequeña que pidiera ayuda a World Vision.
Xa siguió el consejo de su hermana. «Me escucharon y me consolaron», dice Xa. Entonces, el personal de World Vision pasó a la acción.
Un grupo de World Vision visitó al padre de Xa.
«Tiene sueños, pasión y le encanta ir a la escuela», explicó Sáng, la coordinadora de apadrinamiento infantil. «Estas características la llevarán muy lejos en el futuro si puede seguir sus estudios. Cuando vaya a la universidad y tenga un buen trabajo, estarás orgulloso de la decisión que has tomado hoy».
Esa conversación lo cambió todo para Xa.
«Sentí que Sáng me entendía más que nadie, más que mi padre. Y lo que es más importante, puso mi futuro y mi bienestar en primer lugar», dice Xa.«Algo tan sincero y serio en sus palabras hizo cambiar de opinión a mi padre. Aunque todavía era un poco reacio, decidió permitirme volver a la escuela».
Volvió a la escuela y se alojó en casa de unos amigos que vivían más cerca durante la semana para no tener que caminar tanto. Eso dejaba las tareas domésticas a cargo de su padre.
Pero World Vision se acercó a la familia y les ayudó. Con el apoyo de su padrino, Xa recibió ayuda para sus necesidades diarias y los gastos de manutención, mientras que la formación de su padre en la cría de pollos permitió a la familia tener huevos para comer y vender para obtener ingresos.
Xa también tuvo la oportunidad de aprender: aprendió a tomar decisiones y a proteger sus derechos.
Ahora Xa quiere contribuir al cambio en su comunidad: se ha propuesto convertirse en policía.
«Mi sueño es convertirme en policía, para poder unirme a los organismos pertinentes y proteger a los niños, especialmente a las niñas, para que no se vean privados de un futuro en el que puedan seguir estudiando y aprovechar al máximo su potencial».
«Escuché en alguna parte que ‘se necesita una aldea para criar a un niño’, pero para mí es más bien ‘se necesita una aldea para proteger a una niña'», dice.
Cuando apadrinas a una niña, ayudas a que niñas como Xa alcancen esos sueños y rompan el ciclo de la pobreza generacional. Únete al movimiento para apadrinar a 1.000 niñas antes del Día Internacional de la Niña, el 11 de octubre.