En el Níger, y en particular en la región de Maradi, la agricultura desempeña un papel dominante en la vida de las poblaciones. Según African Journals Online, es el sector más importante de la economía del país. Representa más del 40 % del producto nacional bruto y es la principal fuente de ingresos para más del 80% de la población. No obstante, su rendimiento es muy inestable a causa de su alta exposición a cambios climáticos. De hecho, las comunidades son víctimas cada año de inseguridad alimentaria y nutricional, debido en particular a malas cosechas y/o a un nivel de renta insuficiente para tener acceso adecuado a los alimentos. Por ello, algunos agricultores, como el Pastor Issaka Kokari, viven principalmente de la producción de cultivos de secano y de cereales.
“Me llamo Issaka Kokari –nos indica–, y soy Pastor de la Iglesia de Waraou; tengo 55 años, estoy casado y soy padre de seis hijos. Soy propietario de un campo de ½ hectárea que heredé de mi padre. Durante más de 20 años cultivé mijo para alimentar a mi familia, cosechando cada año unos 70 fajos, equivalentes a nueve sacos de 100 kg, a un precio total de mercado de 108.000 F CFA (216 dólares)” .
“Mi vida como padre era difícil, ya que no podía hacer frente a las necesidades básicas de mi familia. Lo que ganaba con mi producción agrícola siempre se quedaba corto, de modo que no tenía más remedio que pedir dinero prestado para poder mantenernos. Y el dinero que ganaba tenía que dedicarlo a pagar mis deudas. El año pasado, mi iglesia me regaló dos bueyes para poder saldarlas. A causa de mi situación, mis hijos no podían ir regularmente a la escuela, ya que no comían bien ni tenían ropa adecuada”, recuerda Issaka con tristeza.
En 2019, Empowered Worldview, de World Vision, impartió cursos a 40 líderes religiosos, entre ellos Issaka, y a 40 grupos de jóvenes en todo Maradi. Este programa, basado en la Biblia, tiene como finalidad ayudar a los agricultores a adoptar nuevas actitudes y conductas que rompan su dependencia de la ayuda externa, y a maximizar sus recursos con el fin de crear un desarrollo económico sostenible.
Con expresión alegre, Issaka recuerda su experiencia durante esa formación, y nos cuenta su testimonio: “Un día asistí a un curso de World Vision que me motivó mucho. En él aprendí que Dios ha dispuesto recursos a mi alrededor para bendecirme y para poder aprovechar todo mi potencial. Así que pensé en utilizar todo lo que estuviera a mi alcance, empezando por mi campo. Decidí cultivar sandías en lugar de mijo, el cual es un cultivo arriesgado porque la cosecha que se obtiene depende de cómo haya sido el invierno. Es una planta que llevamos cultivando en nuestra región desde los tiempos de nuestros abuelos. Así que, después de las primeras lluvias, todo el mundo en mi pueblo y en los de alrededor sembraban mijo y sorgo. Pero yo, esta vez, decidí sembrar sandía.”
“Todo el mundo –continúa Issaka– se sorprendió con mi decisión, la cual fue objeto de conjeturas y críticas en toda la subregión; todos pensaban y decían que yo estaba loco. Se preguntaban cómo sobreviviría mi familia, y suponían que cuando llegara la época de la cosecha tendría que mendigar comida, con lo cual podrían culparme y decirme: “ya te lo advertí”. Pero ¡gloria a Dios!, El siempre cumple Sus promesas”.
En 2019, Empowered Worldview, de World Vision, impartió cursos a 40 líderes religiosos, entre ellos Issaka, y a 40 grupos de jóvenes en todo Maradi. Este programa, basado en la Biblia, tiene como finalidad ayudar a los agricultores a adoptar nuevas actitudes y conductas que rompan su dependencia de la ayuda externa, y a maximizar sus recursos con el fin de crear un desarrollo económico sostenible.
Con expresión alegre, Issaka recuerda su experiencia durante esa formación, y nos cuenta su testimonio: “Un día asistí a un curso de World Vision que me motivó mucho. En él aprendí que Dios ha dispuesto recursos a mi alrededor para bendecirme y para poder aprovechar todo mi potencial. Así que pensé en utilizar todo lo que estuviera a mi alcance, empezando por mi campo. Decidí cultivar sandías en lugar de mijo, el cual es un cultivo arriesgado porque la cosecha que se obtiene depende de cómo haya sido el invierno. Es una planta que llevamos cultivando en nuestra región desde los tiempos de nuestros abuelos. Así que, después de las primeras lluvias, todo el mundo en mi pueblo y en los de alrededor sembraban mijo y sorgo. Pero yo, esta vez, decidí sembrar sandía.”
“Todo el mundo –continúa Issaka– se sorprendió con mi decisión, la cual fue objeto de conjeturas y críticas en toda la subregión; todos pensaban y decían que yo estaba loco. Se preguntaban cómo sobreviviría mi familia, y suponían que cuando llegara la época de la cosecha tendría que mendigar comida, con lo cual podrían culparme y decirme: “ya te lo advertí”. Pero ¡gloria a Dios!, El siempre cumple Sus promesas”.
“Al llegar la cosecha, mi campo había producido como nunca se había visto en toda la subregión de Maradi, recolectándose 5.300 sandías, las cuales vendía a un precio de 2.500FCFA (5 dólares) el centenar. El total de mis ventas ascendió a 966.000 FCFA (1.932 $), suma que nunca había tenido en mi vida. Además, regalé 1.000 de mis sandías a la gente de mi pueblo y de los pueblos de alrededor. Desde entonces, mi campo se ha convertido en una especie de mercado; todo el mundo viene corriendo a ver y probar mis sandías. Tanto es así que he tenido que contratar a un guarda para que lo proteja y lo vigile”, añade el Pastor.
Issaka concluye con orgullo: “Actualmente estoy preparando la segunda siembra, todavía en la misma estación de lluvias. La gente de mi pueblo y de los pueblos vecinos espera con impaciencia que lleguen las próximas lluvias para hacer lo mismo en sus campos. Doy gracias a World Vision por la formación impartida, ya que gracias a ella he podido cultivar algo distinto del mijo. Cultivar sandías me ha permitido ganar suficiente dinero para saldar todas mis deudas y llevar una vida digna en mi comunidad. Ahora ya puedo andar con la cabeza bien alta y sin sentirme avergonzado. Me he convertido en un hombre respetable y en un modelo a imitar en toda la subregión. Mis hijos exhalan bienestar, y hay alegría en sus rostros. Pueden alimentarse bien e ir a la escuela bien vestidos.