Thu, de catorce años, creció sin sus padres en el norte de Vietnam y fue víctima de un acoso implacable, por lo que se volvió tímida y retraída. Un acto de bondad transformó su vida. Por primera vez, se vio a sí misma tal y como era… y ahora está ayudando a transformar también su comunidad.
Crecí sin saber lo que era el amor de una madre. Mis padres se separaron cuando yo sólo tenía un año.
Mi madre me dejó para irse a vivir al sur y no volvió a ponerse en contacto conmigo. Tiempo después, cuando tenía tres años, mi padre también siguió adelante con su vida. Este situación me afectó muchísimo, me aparté de todo y de todos.
La gente se burlaba de mí en la escuela e incluso en casa, diciendo que era una niña fea sin madre. Lo escuché tan a menudo que realmente creí que era mi identidad.
Un día, mi vida cambió.
Cuando estaba en cuarto curso, me convertí en una niña apadrinada. La primera vez que escribí a alguien, fue a mi madrina. Estaba muy emocionada y encantada de saber que tenía una amiga, era la primera persona con la que compartía mi sueño.
A diferencia de otras chicas de mi edad, cuyo sueño es principalmente casarse con un marido encantador que no beba, el mío es ser médico. Quiero trabajar en centros de salud o, mejor aún, en hospitales para tratar a los niños y niñas, especialmente a los que provienen de hogares pobres como yo.
Mi madrina me respondió poco después. En la carta me decía que entendía mi sueño y que me animaría a conseguirlo. Fue la primera vez que me sentí escuchada y comprendida. Doblé la carta con cuidado y la guardé en un lugar seguro. Releía la carta casi todas las noches antes de acostarme.
En primer lugar, me animaron a participar en varias actividades en las que conocí a nuevos amigos y aprendí habilidades muy valiosas.
En segundo lugar, el hecho de tener buenos amigos que me comprendían y me querían hizo que dejara de tener miedo de ir a la escuela. Al desaparecer la presión, me di cuenta de que me gustaba mucho estudiar.
Hacía más preguntas en clase y me volví más activa y aplicada en el estudio. Los compañeros de clase ya no me veían como una chica tímida y fea, sino como una amiga apasionada y competente que podía jugar y estudiar con ellos.
En tercer lugar, mi familia y yo recibimos unos cuidados y una atención extraordinarios por parte de los trabajadores y trabajadoras de World Vision Vietnam, lo que aligeró nuestra carga y me permitió seguir yendo a la escuela.
Los profesionales de World Vision incluso vinieron a mi casa y me hablaron del acoso escolar y de cómo podía afrontarlo. Con ese apoyo, mi abuela se volvió más comprensiva y cariñosa conmigo. Me preguntaba por mi día cuando volvía de la escuela y me animaba a estudiar para tener un futuro; a veces, incluso me acompañaba al colegio. Mi casa es ahora es un verdadero hogar en el que sé que me quieren plenamente.
A día de hoy soy estudiante del Internado Distrital para Minorías Étnicas, vivo lejos de casa y eso me está enseñando a ser independiente en muchos aspectos. Por supuesto, echo de menos mi casa, pero en lugar de sentirme deprimida, he aprendido a canalizar mi energía y a centrarme en aumentar mi capacidad y en capacitar a los demás.
Ser seleccionada para el programa de apadrinamiento infantil me ha abierto las puertas y me ha dado alas para convertirme en una persona mejor.
Ahora tengo un futuro y el propósito en la vida de contribuir a mi comunidad para crear una vida digna para todos los miembros.
Cuando apadrinas a una niña como Thu, ayudas a transformar no solo la vida de un niño, sino la de toda su comunidad. ¡Es el mejor regalo de Navidad que puedes hacer!.