En un campo de caña de azúcar alta y verde, un joven de 28 años está rodeado: todo el mundo quiere hablar con este hombre y con razón: es el líder del pueblo, el pradhan.
Se oye a los niños y niñas gritar su nombre desde lejos. Los ancianos y las mujeres empiezan a agolparse en las calles para escuchar lo que tiene que decir.
Quedan lejos los días de su infancia, cuando Neeraj vivía en una casa hecha de láminas de hojalata y heno, y sus padres luchaban por ganar suficiente dinero para alimentarles a él y a sus dos hermanos.
Su padre, Hukam Singh, era agricultor y cultivaba un pequeño campo con el que ganaba 46 dólares al mes.
«Cuando llovía, el agua se colaba en nuestra casa a través del techo», dice Hukam. «Pasamos muchos apuros porque éramos muy pobres».