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Daniel, de 17 años, un chico apadrinado de Ecuador que ha superado la pobreza, la violencia familiar y comunitaria y otros retos.

Daniel, un adolescente de Ecuador

utiliza la danza para conectar con su comunidad y preservar sus tradiciones

Arte, belleza, movimiento, cultura, liberación: la danza puede transmitir muchas cosas diferentes. Para Daniel, cuyo padre abandonó a su familia cuando él tenía ocho años, la danza ha sido su refugio y lo ayudó a encontrar el camino hacia un futuro mejor y un lugar al que pertenecer.

Esta es la historia de Daniel sobre cómo la danza y su padrino lo ayudaron a convertirse en el joven líder que es hoy.

Daniel, de 17 años, de Ecuador, dirige a los miembros del grupo de baile de la comunidad mientras ensayan para un próximo desfile.

“La danza es un refugio. Me ha permitido unir a la familia [después de que mi padre se fuera]; es un espacio donde los miembros de mi familia que comparten la misma pasión y gusto por la danza pueden reunirse. A través del baile puedo conectarme con otras personas y mientras bailo me olvido de todos los problemas”.

Daniel, de 17 años, es un líder en su familia y su comunidad en Ambato, Ecuador. Él dice que su amor por la danza, que fue fomentado a través del programa de apadrinamiento de World Vision en su comunidad, es un canal de sanación que lo ha ayudado en la transición del niño tímido que dejó su padre a al joven de fuerza y ​​propósito que es en la actualidad.  

 

El niño apadrinado Daniel, de 17 años, de Ecuador, dirige a los miembros del grupo de baile de la comunidad mientras ensayan para un próximo desfile.

“Mi grupo de baile significa amor y respeto por la cultura y tradiciones de mi pueblo. La danza rescata las costumbres de nuestros ancestros e involucra a los adolescentes y jóvenes para que conozcan y transmitan nuestra cultura”, dice.

Cuando bailan, Daniel dice que él y su grupo de baile conectan con su comunidad y con las capas de la cultura andina que les ha sido transmitido de generación en generación. Él dice que conectan con un sentido de identidad que trasciende las realidades de la pobreza que muchas familias en su área enfrentan día a día.

 

 

Daniel, 17 años, un chico apadrinado de Ecuador que ha superado la pobreza, la violencia familiar y comunitaria y otros retos

“Tenía unos ocho años cuando mi padre nos abandonó”.

Daniel conoce de primera mano el significado de luchar por encontrar la identidad y la autoestima a través de las mentiras de la pobreza, que les dice a los niños que enfrentan circunstancias fuera de su control que no valen nada, que son insignificantes. La madre de Daniel, una costurera, dice que luchó todos los días para poner comida en la mesa y un techo sobre las cabezas de sus tres hijos después de que su esposo se marchara.

 

 

Daniel, desde la derecha, y su familia Mayra, mamá, Justin, hermano, y Nicol, hermana.

El apadrinamiento ayudó a Daniel y su familia a recuperar de lo que habían perdido: alimentos y seguridad financiera a través de suministros para ayudarlos a cultivar su propia huerta, apoyo emocional a través de clases para padres y madres, y el amor y cuidado del padrino de Daniel, del personal de World Vision y los voluntarios que los apoyaron.

Daniel, de 17 años, en el extremo izquierdo, posa con el grupo de baile comunitario que ayuda a dirigir.

Fue en este proceso dónde Daniel redescubrió su amor por la música y la danza.

Ahora, Daniel dirige un grupo de baile comunitario que se participa en festivales de toda la región, así como un grupo local de jóvenes enfocado en enseñar a los niños y niñas sus derechos y cómo protegerse del daño de la explotación que es común en su área.

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